Hace poco estuve en varios desguaces en Huelva buscando un espejo de segunda mano, porque el conductor de un autobús me dio un golpe en el espejo retrovisor izquierdo de mi coche, y no me dejó el seguro, así que fui a un desguace y me compré yo uno. Un par de tornillos y en menos de quince minutos, ya estaba mi coche apto para circular nuevamente. De los casi doscientos euros que me pedía el taller para sustituirlo entre pieza, mensajero, pintura y mano de obra, me salió por veinte euros.
Estando allí me acordé que de pequeñajo, yo era un fan de los desguaces. Bueno, tampoco me podía permitir igual que hoy, el comprar piezas nuevas. Por aquella época, yo tenía una bicicleta, y mi afición era ir incorporándole accesorios de moto, que yo mismo desmontaba y montaba, previo lijado y pintado con aerosol.
La verdad, que me quedaba estupendamente. La bici pesaba un montón, pero eso era ya otro problema. Para mi en aquella época, lo más importante era disfrutar del procedimiento y luego pavonearme con mis amigos, pues mi bici era con mucho, la más preparada de todas. Hoy se le llamaría tuneo.
El caso es que me conocía y me conocían, en todos los desguaces en Cantabria. Ya era algo habitual, el que al menos un día a la semana, pasara yo por varios de ellos, a ver que cosas se me ocurrían para ponerle a la bici. Hasta le puse unos amortiguadores delanteros de una Mobylette.
¡Vaya si era yo un friki!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.